
Carlos Fuentes profesó el difícil oficio de traducir en cuentos, novelas, ensayos y otros escritos, el pasado y la memoria mexicana. En su andar por la elaboración del sueño literario, condenso hábilmente, la imaginación y la fantasía del país al que desentraño en buena parte, desplazando en los personajes de sus obras, una crítica áspera a la dictadura moral, ideológica y a veces pasmada de la sociedad mexicana.
Sin embargo, su crítica no solo es agria, también es reivindicadora de nuestra identidad, visibiliza la herencia prehispánica, las costumbres, los olores, el alma de lo mexicano y de todo aquello que está ligado a la condición única que nos da, el haber nacido en suelo azteca.
Con pulso firme, pero sensible, describe la realidad cotidiana de nuestro país y su texto, es también, un pre-texto para entender y penetrar en la psique de la nación.
Sus personajes encarnan el dualismo entre una cronología lejana, colonial, a veces casi muerta y un devenir fascinante pero azaroso.
Tal es el caso de Felipe Montero en la novela Aura, quien se encuentra con la anciana Consuelo, un ser que parece acontecer desde un inconsciente freudiano que se revela casi inadvertidamente en la oscuridad de una casa vieja y que susurra verdades de un tiempo infantil, añejo y arcaico, mientras que, por otro lado, Aura, de ojos verdes, bella, silenciosa y tímida, personifica la esperanza, el amor, la pulsión de vida. Ambas se revelan continua y permanentemente en un abrazo sin fin del que nadie escapa, ni siquiera Felipe, quien nunca abandona esa casa de la memoria inconsciente y antigua, tampoco el autor omnipotente, creador y artífice de la propia historia se libra del mismo destino, ya que todos estamos sujetos a la misma suerte, porque es inconcebible asumir la idea de un presente y un futuro, sin un pasado que lo origine, ni tampoco, un pasado que no produzca un continuo devenir, lo cual representa la concepción nietzcheana del eterno retorno o la fórmula freudiana, donde todo regresa desde los sitios olvidados de la memoria, como fantasmas indestructibles e incorpóreos que buscan satisfacerse con la energía de quienes les temen o como recordatorios de anhelos y deseos sin realizar.
Fuentes entendió muy bien este principio y nos recuerda que, en la soledad del acto de imaginar y crear, se despiertan nuestros fantasmas, pero también, que el que no está lleno de ellos, se queda en soledad.
Su literatura rememora ese mundo de espectros viejos, en el que sufrimos por vernos presos de recordar dichas huellas mnémicas permanentemente, pero también, saber de ellos, nos transforma y recoloca al tiempo sin transcurrir, es decir, al presente reelaborado, que nos vuelve más valerosos y genuinos.
Sus escritos, tienen la habilidad de llevarnos a los teatros de la cultura, de la ficción, de la historia, del pasado, pero hace de esos teatros realidades y no farsas. De esa manera, le da sentido a la experiencia literaria y la vuelve un instrumento que promueve, un despertar consciente en los lectores.
En este mes, recordamos con respeto y admiración a Carlos Fuentes gran exponente de las letras mexicanas, artífice y representante en el oficio de contar.
Por Lizeth Loza